viernes, 15 de agosto de 2014

Volver a escribir

Hace mucho que no escribo. Escribir me significa una forma de catarsis, una forma de sacar lo que tengo dentro mí y exponerlo en un conjunto de palabras que tengan un sentido y un contenido. Eso, las palabras, las palabras conjuntas forman uno de los tesoros más preciados que son los libros. Esos mismos que desde mi infancia decoraban las paredes de mi casa en Palomar.
Me acuerdo de reírme por nombres que no sabía pronunciar. Marcel Proust, Sartre, Hemingway, Fanon, Brecht, o los escritores rusos como Tolstoi o Dostoievski. Gorky era un nombre que siempre, inclusive ahora, me saca una sonrisa.  Y encima era el “Massimo Gorky”. Entre esos autores con nombres raros para mi, estaba mi viejo. Vivíamos con cada novela un parto. Siempre igual, siempre mi viejo diciendo “hice la ultima corrección”, y festejándolo con una picada y un Gancia en la terracita frente a la plaza del Avión. Así cada dos sábados siempre pasaba lo mismo, y los Gancias se bajaban lentamente.
Esos libros me hicieron pensar, disfrutar, emocionar, llorar. Esos libros me hicieron reflexionar, y me hicieron escribir. La pared multicolor de libros provoco en mí esa rareza necesaria de escribir las cosas que sentía. De escribir ya no por un fin, por un premio (cosa que he tenido) sino como una forma de liberarme. Escribir fue mi primera sesión de psicoanálisis.
Siempre mi viejo me decía lo mismo, “si no te gusta lo que estás leyendo, cerralo, y agarra otro”. Y así los libros, la literatura y la escritura se convirtieron en una parte de mi vida esencial.
La literatura me convirtió en su groupie, escritores y actores desfilaban por mi casa, con correcciones y caras de haber dormido poco. Así también descubrí nuevos olores y sensaciones. La imagen de cinco o seis escritores, realizando una lectura en grupo, entre humaredas de cigarrillo y algún alcohol en forma de botella me hizo ser un fumador social y un tomador más que social. Pensar que algunas veces las imágenes te convierten en eso que queres por ser simplemente eso: una imagen que te gusta.
Por eso, estos meses sin escribir se volvieron tediosos, de algunos mal humores pero sobretodo, de no saber expresarme mejor. Hace poco entendí que me pasaba, que sentía, porque no volvía a picarme el bichito de escribir. Conectaba directamente los libros y la escritura con mi viejo, su muerte y su ausencia. Creo que la muerte en si no es dolorosa, la ausencia se convierte en esa imagen donde esa persona se tacha, donde esa persona no está mas. Y sobrellevar esa ausencia es triste, depresiva y conmueve.
Ya no voy a volver a leer las múltiples correcciones de los libros de mi viejo,  no voy a volver a charlar de esos libros o autores que nos emocionaban. Siempre recuerdo que ellos, mis viejos me convirtieron en esto. Me descubrieron en parte este mundo, y yo a mi modo, le mostraba mi mundo que eran libros de autores nuevos o nunca leídos por ellos. Un día vi que mi viejo me había robado un libro de Fogwill y a la semana me cuenta “que gran escritor que es Fogwill”. La emoción que sentí, es la misma que me pasa ahora cuando le leo cuentos a mi hijo tirado en la cama. O cuando mi vieja me pide “El perfume” de Suskind porque quería saber de qué se trataba.
Esos cuentos también formaban parte de mí. Cada vez que era chico, antes de dormirme, como un cliché del sueño (norte) americano, mi viejo siempre me inventaba cuentos de Bugs Bunny y el conejo Tambor que vivían en la Bahía Samboronbom, y cada vez que nos íbamos de vacaciones a Mar del Plata, no me dormía buscando a los conejos por ahí al costado de la Ruta 2, a ver si los veía saltar y escaparse de los lobos. Todavía lo sigo haciendo.
Esas palabras, esos cuentos y libros me formaron. Me hicieron ser lo que soy. Y no puedo dejarlo porque si. No porque crea que sea un escritor maravilloso, sino porque es mi forma de pensar la vida, de reflexionar sobre la condición humana y, no quiero parecer un Bucay u Osho cualquiera, es mi forma de sentirme bien conmigo mismo.
Estas palabras fueron un reto para mí. No sé cuantos leerán lo que acabo de escribir, pero sepan que me tomo un esfuerzo poder volver a escribir sobre estas sensaciones. Porque la ausencia de una persona importante como fue mi viejo no quita el amor por lo que uno tiene. No quita la forma en que uno se conecta y vive con el resto de las personas, pero sobretodo, con uno mismo.