24 de Marzo. Una costumbre, o mas que eso, una tradición militante
siempre se apoderaba de mi familia. Ir a la plaza de mayo a ver a la gente
pasar, ver cuantos eramos, sentirse identificados con mas gente que piensa como nosotros y que
despliega las banderas rojas y decirnos “somos muchos; mas de lo que creíamos”.
Ver las columnas de trabajadores, estudiantes, clases medias y demás pasar, y
que mi viejo me cuente esas historias de la militancia caminando por las
veredas atiborradas de Av. De Mayo. Me contaba como aquella vez que durante una
movilización en plaza de mayo durante el Onganiato ante la represión policial
se tuvo que tirar hacia un subsuelo de un banco por los palos de abollar ideología,
y torcerse los tobillos hasta que alguien lo saque atado “como una vaca”. O
aquella vez que filmo para el Inca, las columnas del movimiento peronista
marchando durante uno de los últimos discursos de Perón, y lo apretaron unos
matones de campera de cuero al grito de “a mí no me filmes la cara”, y él se refugió
con su equipo y cámara atrás de Montoneros, donde contó de parte de quien venía,
y ellos le terminaron ayudando a darle seguridad en el acto. O esa vez, en su
primera detención, donde lo metieron en cana simplemente por tirar panfletos en
la esquina de Boedo y San Juan donde pedía por la reincorporación urgente de
los trabajadores de Vasena con un dibujo de una hoz y un martillo. Esas
historias las cuento ahora, porque cada 24 de marzo mi viejo me las contaba
como si fuese algo nuevo, con ese orgullo del militante, y eso terminó
integrando parte de lo que somos como familia, y de lo que soy como persona.
El primer 24 de marzo que me llevo mí viejo terminamos
reprimidos por la policía. Tenía unos 12 años, y en ese acto tire mi primer (pero
no ultima) piedra ante el embate de la policía. Mi viejo me agarro de los pelos
y me grito: “nunca más te pongas adelante, nosotros tenemos que preservarnos”. Así
era mi viejo; un estratega, pero sobretodo, un calenton. Un tipo que durante el
20 de diciembre, al ver desde un bar, juntos, la represión a la Madres de Plaza
de Mayo en su pirámide me dijo: “ya sé, anda a la plaza, pero no le cuentes a
tu vieja que se vuelve a infartar”. Tenía 17 años, y apenas entro a mi casa, me
espera con la ducha abierta, para que me saque el “olor a gas”.
A mi viejo lo persiguió la triple A, por su trabajo y su
militancia comunista. Desde el cine y las letras desplego su arte mostrando la opresión
y la mezcla de lo político e ideologico en
el seno familiar.
Hoy fui a la plaza con mi familia, creo que desde algún lado
mi viejo veía a esa juventud (de la cual soy parte) marchar con sus amigos, con
sus familias, y me empujó a que alguna lágrima se me caiga al ver el compromiso
de la militancia. La militancia es eso, es convertir la ayuda, la cooperación
social con los oprimidos en una herramienta cotidiana que permite ser un motor
de transformación. Por eso, al pensar en su militancia, una militancia signada
por las tragedias, las persecuciones, las represiones, las mudanzas, las
desapariciones, veo que mi militancia signada con los mismos valores pero en
otro contexto, le dibujara una mueca. Igualmente, como todo trabajo de transformación
social esa mueca esta marcada por lo que
falta y por los errores que se están cometiendo.
Mi viejo me enseño a militar. Mi viejo me enseño a ser en
gran parte lo que soy. Por eso, siento la necesidad de seguir militando, y de
seguir transformando, desde mi grano de arena.
Este 24 de marzo, fue el primero sin mi viejo. Pero fue el
tercero de mi hijo.
Thiago bajando el cuadro de Macri