Te levantas cansado, como siempre. Desayunas lo que hay,
prendes la tele y empieza el bombardeo. “Asesinatos, corrupción, crímenes,
sangre, accidentes mortales y cortes de calles”. No se sabe nunca el cómo, el
por qué ni el cuándo de todas estas situaciones, pero el fin ya fue logrado.
Salimos de nuestras casas completamente angustiados por si algo
de eso que pasa en la tele pueda pasarnos. El día recién empieza, vas en subte
hasta el trabajo, calor, sindicalistas que aducen tendinitis, la tarjeta SUBE
te indica cual es la fase siguiente del precio del boleto, o sea, sube el
boleto. Llega el subte, y te quedan solo
dos alternativas: o te subís como una sardina más a la lata, o llegas tarde, perdes
el presentismo y no vas a poder pagar la cuota de la heladera. No importa, la
cuota de la heladera te obliga a subir a la lata que chorrea aceite en sabor de
transpiración. Te pones a pensar que en el lapso de 5 estaciones, una mujer en
el mismo lugar que vos podría sufrir 3 embarazos múltiples. Conseguir asientos
en el subte a la mañana es una utopía comparable a tomar la Casa Rosada con un
movimiento guerrillero urbano. A todo esto, ya estas transpirado, con las
piernas contracturadas de bambolear con los avances y las paradas del chofer. “El
día recién empieza”, volves a pensar. Al costado tuyo hay una multiplicidad de
personas que aguantan lo mismo que vos, pero la única reacción masiva de los
individuos que tenes a tu lado es la de colocarse el mp3 y poner música a todo
volumen. La solución al problema colectivo es la respuesta individual, como si
a un neurótico medicado lo quisiéramos calmar con un té de tilo.
Llegas al trabajo tarde como siempre, el jefe te sermonea como
siempre, y la jornada laboral empieza. Lo único útil que vas a hacer en ese día
es llenar formularios, casillas de Excel y formulas matemáticas para calcular
porque a la empresa que representas todas sus deudas se convierten en
fantásticos superávits, o porque los ejecutivos que viajan y gastan sin
sentido lujuriosos “service room” los
manipulan en supuestas acciones
“salvadoras” que protegen a su empresa. Y vos seguís solucionándole la vida a
unos parásitos que no entienden que cuando tu mujer esta embarazada y con
complicaciones no podes trabajar tranquilamente, pero no te queda otra y disimulas
buena cara; o como hace 7 meses atrás, cuando tu vieja se murió en una salita
de emergencias, no podes ir al otro día a trabajar pero igual te fuerzan a ir a
la reunión del “martes”; así que no te
queda otra y disimulas buena cara. Entonces, aguantas, y aguantas, y aguantas.
No queda otra, hay que pagar nuestras deudas que lentamente se comerán nuestro
cuerpo hasta que el stress contenido nos dictamine algo menor, ojala, y no un accidente cerebro vascular o un ataque
cardiaco como les pasa al resto de los “aguantadores”. La frase “y, todo bien…”
se convierte en el cliché de tu vida, y la costumbre de aguantar se esconde por
el autoengaño cotidiano. ¿Hasta cuándo vamos a tolerar? ¿Por qué debemos
aguantar? ¿Por debemos “tolerar” la “tolerancia”?
Siempre me pregunte que hubiese pasado si el Che hubiese
“aguantado”, si se hubiese contenido. Creo que hubiese sido el mejor doctor de
Rosario, pero el mundo se hubiese
perdido de su vida de lucha. Los grandes luchadores fueron grandes porque
siempre creyeron que se podía cambiar cualquier estado de las cosas, que las
cosas no son dadas, que no son como lo marca la realidad, sino que son
dinámicas y pueden ser modificadas. Por eso, la realidad nunca puede ser una,
la realidad nunca puede tener una parte, sino la realidad debe tener sus
matices, sus intensidades, sus formas que siempre serán múltiples. ¿Por qué
debemos “tolerar” que la única verdad sea la realidad? No existe una realidad
como unicidad, porque si pensamos bien, la realidad no es solo una imagen fría
y parcial, sino la realidad es una consecuencia de una construcción de hechos
económicos, políticos, culturales y sociales. Pensemos la realidad como una
fotografía, la realidad nos tiene que decir más cosas, no solo describir la
situación, sino decir quién saco la foto, por qué se saco la foto, cuando se
saco la foto, que esconde la foto, que muestra la foto, quienes participan y
quienes no en la foto, etc. La realidad tiene que ser capaz de reconstruir esa
imagen para atrás, y tratar de prever que pasa mas adelante. Ya sé, las predicciones
se las podemos dejar a una bruja, pero por lo menos podremos saber cuáles son
las alternativas posibles a partir de esa foto de la realidad, que no es más
que una construcción económica, social, política y cultural en un momento
histórico.
Por ese motivo, hay que partir de romper con las frases
tradicionales que la sociedad tiene arraigada inherentemente ya que eso significa
romper con la idea de que la vida social debe ser comprendida en el marco de la
tolerancia. Pensemos que la intromisión de la “tolerancia” en la vida social tiene
un doble efecto: primero, amansar a las masas populares condenándolas a su
condición social, sin posibilidad de escalar ni rebelarse. Hay que tolerar a
los que tengo arriba mío. Segundo, la “tolerancia” viene a reemplazar la
“cooperación”. Si pensamos bien, la “tolerancia” es para sujetos desiguales e
inclusive opuestos, el pobre debe “tolerar” a que el rico no pague los
impuestos sin poder hacer nada, pero el rico nunca “tolera” al pobre, no quiere
su ascenso, lo prefiere siempre bruto y condenado a servirlo hasta el punto de
desecharlo si consigue otro más pobre para hacer lo mismo. En cambio, la
“cooperación” es para sujetos iguales, supone un fin mayor, todos los iguales
por un mismo objetivo. Todos los pobres
unidos para conseguir mejores salarios o mejores condiciones laborales, por
ejemplo. Unidos y organizados por un fin en común. Esa es la clara diferencia. Seamos
cooperativos, nunca más toleremos nada.
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