Hace mucho que no escribo.
Escribir me significa una forma de catarsis, una forma de sacar lo que tengo
dentro mí y exponerlo en un conjunto de palabras que tengan un sentido y un
contenido. Eso, las palabras, las palabras conjuntas forman uno de los tesoros más
preciados que son los libros. Esos mismos que desde mi infancia decoraban las
paredes de mi casa en Palomar.
Me acuerdo de reírme por nombres
que no sabía pronunciar. Marcel Proust, Sartre, Hemingway, Fanon, Brecht, o los
escritores rusos como Tolstoi o Dostoievski. Gorky era un nombre que siempre,
inclusive ahora, me saca una sonrisa. Y
encima era el “Massimo Gorky”. Entre esos autores con nombres raros para mi,
estaba mi viejo. Vivíamos con cada novela un parto. Siempre igual, siempre mi
viejo diciendo “hice la ultima corrección”, y festejándolo con una picada y un
Gancia en la terracita frente a la plaza del Avión. Así cada dos sábados
siempre pasaba lo mismo, y los Gancias se bajaban lentamente.
Esos libros me hicieron pensar,
disfrutar, emocionar, llorar. Esos libros me hicieron reflexionar, y me
hicieron escribir. La pared multicolor de libros provoco en mí esa rareza
necesaria de escribir las cosas que sentía. De escribir ya no por un fin, por
un premio (cosa que he tenido) sino como una forma de liberarme. Escribir fue
mi primera sesión de psicoanálisis.
Siempre mi viejo me decía lo
mismo, “si no te gusta lo que estás leyendo, cerralo, y agarra otro”. Y así los
libros, la literatura y la escritura se convirtieron en una parte de mi vida
esencial.
La literatura me convirtió en su
groupie, escritores y actores desfilaban por mi casa, con correcciones y caras
de haber dormido poco. Así también descubrí nuevos olores y sensaciones. La
imagen de cinco o seis escritores, realizando una lectura en grupo, entre
humaredas de cigarrillo y algún alcohol en forma de botella me hizo ser un
fumador social y un tomador más que social. Pensar que algunas veces las
imágenes te convierten en eso que queres por ser simplemente eso: una imagen
que te gusta.
Por eso, estos meses sin escribir
se volvieron tediosos, de algunos mal humores pero sobretodo, de no saber
expresarme mejor. Hace poco entendí que me pasaba, que sentía, porque no volvía
a picarme el bichito de escribir. Conectaba directamente los libros y la escritura
con mi viejo, su muerte y su ausencia. Creo que la muerte en si no es dolorosa,
la ausencia se convierte en esa imagen donde esa persona se tacha, donde esa
persona no está mas. Y sobrellevar esa ausencia es triste, depresiva y
conmueve.
Ya no voy a volver a leer las múltiples
correcciones de los libros de mi viejo,
no voy a volver a charlar de esos libros o autores que nos emocionaban.
Siempre recuerdo que ellos, mis viejos me convirtieron en esto. Me descubrieron
en parte este mundo, y yo a mi modo, le mostraba mi mundo que eran libros de
autores nuevos o nunca leídos por ellos. Un día vi que mi viejo me había robado
un libro de Fogwill y a la semana me cuenta “que gran escritor que es Fogwill”.
La emoción que sentí, es la misma que me pasa ahora cuando le leo cuentos a mi
hijo tirado en la cama. O cuando mi vieja me pide “El perfume” de Suskind
porque quería saber de qué se trataba.
Esos cuentos también formaban
parte de mí. Cada vez que era chico, antes de dormirme, como un cliché del
sueño (norte) americano, mi viejo siempre me inventaba cuentos de Bugs Bunny y
el conejo Tambor que vivían en la Bahía Samboronbom, y cada vez que nos íbamos de
vacaciones a Mar del Plata, no me dormía buscando a los conejos por ahí al
costado de la Ruta 2, a ver si los veía saltar y escaparse de los lobos. Todavía
lo sigo haciendo.
Esas palabras, esos cuentos y
libros me formaron. Me hicieron ser lo que soy. Y no puedo dejarlo porque si.
No porque crea que sea un escritor maravilloso, sino porque es mi forma de
pensar la vida, de reflexionar sobre la condición humana y, no quiero parecer
un Bucay u Osho cualquiera, es mi forma de sentirme bien conmigo mismo.
Estas palabras fueron un reto
para mí. No sé cuantos leerán lo que acabo de escribir, pero sepan que me tomo
un esfuerzo poder volver a escribir sobre estas sensaciones. Porque la ausencia
de una persona importante como fue mi viejo no quita el amor por lo que uno
tiene. No quita la forma en que uno se conecta y vive con el resto de las
personas, pero sobretodo, con uno mismo.
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