El cuerpo es una masa de carne que
terminamos matando con las adicciones, tanto a lo bueno o a lo malo. Parece ser
que “dejar un cuerpo bonito” es la frase del momento. No importa que le
metamos, solo en exceso sirve. Cocaina, ketamina, Crossfit, fast food, fashion,
facebook, twitter, whatsapp. Copiar modas
excéntricas y extranjeras nos convierten en estos animales atrás de la pelotita
de la perfección y auto-satisfacción. Somos animales de consumo, sin pensar lo
que queremos, buscamos el placer
inmediato. Todo lo que consumimos nos tiene que dar felicidad, nos tiene que
poner alegre. Lo material es sinónimo de paraíso.
Stress, antidepresivos, ansiolíticos,
ataques de pánicos, arritmias, accidente cardiovasculares nos dejan en claro
que la aceleración de la vida no lleva a otra cosa que chocarse de frente
contra el paredón de la insatisfacción y la destrucción corporal y mental. Por
eso, todo lo que consumimos hasta el hastío no nos da alegría, solo nos quita
la posibilidad del razonamiento, de la alegría del calor humano.
La deshumanización que vivimos
nos hace creer que la “amistad” no es otra cosa de cuantos te siguen, sin
importar si lo conoces o no. La paradoja es que cuantos mas “amigos” en las
redes sociales tenes, menos contacto humano tenes. Las redes sociales por lo
visto, fueron concebidas para eso, para tratarnos a través de una pantalla.
Ayudan en la distancia, pero rompen con esa imagen del amigo sentado en un bar
tomando algo y charlando de la vida.
Esa “deshumanización” nos muestra
que los modelos perfectos del sistema no son otra cosa que estereotipos de
laboratorio armados por el marketing global. Mujeres tratándose como
prisioneras de guerra, autoflagelandose a través de ingestas de dietas a base
de gramos de comida y operaciones sin sentido en la naturaleza de sus cuerpos,
y expulsando vómitos de bilis. O sino
los varones, armados como soldados de un ejército de parecidos, con cuerpos
tallados donde el musculo principal es el abdomen, y con cortes de pelo,
barbas, anteojos, y tatuajes queriendo ser diferentes al resto de los iguales.
Como todo modelo, la belleza incluida
es selectiva y minoritaria, mientras que la gran mayoría es excluida y
discriminada. Si no sos adicto a moldear el cuerpo necesario en un gym (o en un
cirujano plástico) para tener un buen trabajo, un buen auto, una buena mujer,
siempre tenes algo para comprar y autosatisfacerte un poco. Y si tampoco podes
comprar, miralo a través de la pantalla donde todo lo que pasa es oro, y vos no
lo sos, ya que estas ahí, sentado en tu sillón, comiendo hamburguesas de
delivery. Porque si hay algo feo en este sistema, es el pobre. Mientras que la
necesidad de ser un “modelo” del sistema es la hoz, la masividad de los medios
es el martillo de todos los días que a través de las publicidades, el marketing
y lo moralmente bello o no, penetran en las mentes dia tras dia en la gran
danza de perdedores.
De esta forma, este modelo masivo
y deprimente va penetrando lentamente en nuestros actos cotidianos. Y por eso, lo
mas triste y concluyente es que nos confundimos y determinamos que nunca
queremos lo que tenemos, sino que queremos lo que no tenemos, y así la
felicidad no es otra cosa que la propiedad; lo tengo o no y ese camino
incesante donde la meta no existe. Al querer lo que no tenemos, no nos damos
cuenta de lo que tenemos, y así pierde sentido todo lo que formemos. Perdemos
mucho con esta necesidad del sistema de tener o no tener. No tenemos un auto,
queremos un auto. Tenemos un auto lindo, queremos un auto importado y lujoso. Tenemos
un auto importado y lujoso, queremos un helicóptero. Y así en todos los sentidos
de la vida, solo perdemos. Siempre perdemos, sobretodo los momentos de
disfrutar.
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